En junio de 2011 tuve la oportunidad de conocer a una
pequeña familia campesina que vivía en la Provincia de Misiones en Argentina.
Justo al lado de la frontera entre Paraguay y Brasil.
Jorge y su familia, vivían en una pequeña explotación de
tabaco en plena selva Paranense.
Son criollos, descienden de antiguos
colonos polacos que emigraron a Argentina a principios de s.XX y que se les
concedió un trozo de tierra a cambio de cultivarla. Ellos prácticamente solo
habían conocido el cultivo del tabaco y salvo una docena de gallinas y algún "chancho" (cerdo) que algunos años habían conseguido comprar porque la cosecha les había
ido bien, su explotación no contenía ningún otro tipo de cultivo.
Pese a ser campesinos, vivir de la tierra y compartir
territorio con los indígenas guaranís, su conocimiento y su cultura agraria era
muy escasa, con una baja tradición y conocimientos, que encima con los años
habían ido desapareciendo.
Eran casi totalmente dependientes del tabaco y de la, entre
comillas, la cooperativa tabacalera. Esta les fiaba a principio de temporada un
paquete tecnológico compuesto por los pequeños plantones, en función de la
extensión de tierras, y los insumos necesarios para poder cultivarlo, compuesto por
agrotóxicos dirigidos a la fertilización y a la
función de fitosanitarios.
Varias cuestiones. Casualmente, en esta zona tabacalera se
concentran uno de los mayores número de casos de cáncer y de deformaciones del feto de
toda Argentina, habiendo diferentes estudios que lo corroboran. Además, la
mayor productividad y rentabilidad provocada por los fertilizantes químicos, en
el largo plazo se ha convertido en un elemento erróneo, ya que el agotamiento
de una tierra (con una gran capacidad de regeneración en condiciones normales),
se empobrece cada vez más y requiere un uso cada vez mayor de fertilizantes,
por lo que el paquete tecnológico ya no es suficiente y tienen que invertir en
dinero de su propio bolsillo en más fertilizantes. Por otra parte, en los test que hicimos sobre el uso de mano
de obra para el cultivo de tabaco, nos salía que se necesitan jornadas de entre
10 y 12 horas de trabajo diario, durante unos 300 días al año.
Una vez recogido el tabaco, secado y preparado en fardos
para la venta, la cooperativa lo compraba, distinguiendo dos calidades (1ª y
2ª), pero casualmente, ningún tabaco era calificado nunca como de 1ª calidad
por los encargados de comprarlo, además en años de mucha humedad (cosa bastante
habitual en la selva), tenían bastantes pérdidas si el comprador tardaba mucho en pasarse, ya
que no tenían habitáculos adecuados para su secado y mantenimiento y mucho de
este se pudría.
Se trataba de un sistema que esclaviza a estos campesinos,
que los mata poco a poco y que los hace totalmente dependientes de una gran
multinacional como es la Phillip Morris.
Por suerte, cuando yo conocí a Jorge, el y su familia nos lo
contaban en pasado. Jorge, fue uno de los primeros campesinos que le perdió el
miedo a la cooperativa y le plantó frente. Un año, inspirado por las diferentes
experiencias agroecológicas que se estaban realizando en la zona y gracias al
trabajo de varios promotores locales de desarrollo agroecológico, Jorge decidió
negarse a coger la mitad de los plantones que le daba la cooperativa. Muchos le
dijeron que estaba loco, que si le iba mal con que iba a dar de comer a su
familia al año siguiente, que ellos no eran campesinos, eran tabacaleros.
Jorge no escuchó y cuando yo le conocí, sus terrenos eran
una granja llena de vida y de diversidad agraria. En apenas un año y medio,
Jorge convirtió sus tierras en un vergel lleno de patatas, porotos, lechugas,
maíz, yuca, fresas, pimientos, sandías, melones, zapayos,…
Veías su cara brillar cuando te contaba que gracias a todo
lo que tenía plantado, ya no le preocupaba tener un mal año con el tabaco,
porque ahora era libre y comía de lo que producía. Además, ya no dedicaban todo
su tiempo a estar trabajando en las parcelas de tabaco, de hecho su mujer había
aprovechado su tiempo libre para hacer varios cursos de promotora de salud y
nos contaba con una sonrisa en la boca que una ONG local la había contratado
como dinamizadora de cursos.
También sus hijos, ahora ya no faltaban ningún día a la
escuela para tener que ayudar a sus padres con el tabaco.
Jorge y su familia, ahora eran libres, superaron sus miedos
y ahora eran un ejemplo a seguir por los campesinos y campesinas de los
terrenos adyacentes. Habían mejorado su Soberanía Alimentaria, producían sus propios alimentos, habían
aprendido a conservar las semillas y preservar las variedades locales,
respetaban el entorno de la selva, produciendo de forma sostenible, porque
habían aprendido de los guaranís que si no conservaban ese entorno estaban
condenados a no dejar nada para sus hijos.
Este año, unos compañeros fueron para realizar una asistencia técnica a
aquella zona. Jorge ya no cultivaba tabaco, producía de forma agroecológica
respetando el entorno y conseguía excedentes que vendía en mercados locales o
que almacenaba, como el caso de las legumbres. Jorge perdió el miedo, se
empoderó y nos ha demostrado una vez más que se puede acabar con la pobreza con
estrategias dirigidas a la seguridad alimentaria y basadas en la Soberanía
Alimentaria. No se puede mercantilizar la agricultura ni se deben establecer
modelos ni sistemas de producción que sean nuevos mecanismos de esclavitud. Es
importante que nuestras estrategias de desarrollo se basen en la agroecología,
la economía social y la Soberanía Alimentaria.
La última noticia que tenía de Jorge, era que había dejado
de fumar